Extractos


Disfrute a continuación de algunos extractos del libro Bienvenidos al Quijote, de Luis Carrizo Medina.

PRÓLOGO. Un tráiler con voz en off de la novela

Como estoy plenamente convencido –quizá por haberlo echado en falta tantas veces en mis años de estudiante– de que el primer y más importante deber de un buen profesor es conseguir que el alumno ame la asignatura, he optado por convertir mi exposición en un florilegio de pasajes escogidos del texto cervantino (lo que llamaríamos un tráiler en términos cinematográficos) ensartados, como verdaderas perlas literarias que son, en el hilo conductor de mi discurso, pues tengo para mí que la prosa de Cervantes incitará por sí misma, mucho mejor que cualquier disertación, por muy apasionada o erudita que sea, a la gozosa lectura de este libro singular que hemos dado en llamar el Quijote.

Los cuatro capitulillos que siguen al primero, que constituye de manera más formal y estructurada la aproximación a la novela y, muy sucintamente, a la vida de Cervantes, tienen la finalidad de ahondar algo más en el mismo propósito de despertar en el lector el deseo de leer la obra en su totalidad, ofreciéndole cuatro ramilletes de citas, recogidas igualmente a lo largo y ancho del texto, pero, en este caso, relativas a aspectos muy específicos del libro, sobre los que he juzgado interesante poner la lupa; a saber: Insultos e improperios, cumplidos y galanterías, muestras del fino humor cervantino y referencias al pan. Pasajes todos, en mi opinión, de muy curiosa y entretenida lectura:

En fin…, utilizando el título, muy cervantino por lo demás, del capítulo sesenta y seis de la segunda parte: De estas y otras cosas se enterará el que las leyere o las oirá el que las escuchare leer. (Págs. 22 y 23)

 

Un loco con momentos de lucidez
…Y junto a todos estos desvaríos, sus concertadas razones, sus atinadas conversaciones acerca de todo lo humano y lo divino; los prudentes y sabios consejos a Sancho, cuando este parte como gobernador hacia la Ínsula de Barataria, dignos de grabarse en bronce; su discurso sobre las armas y las letras, o el también muy celebrado sobre los felices tiempos de la Edad Dorada, que les endilga a unos cabreros que lo acogieron en su majada, todos sentados en el suelo bajo una encina, ya de noche, haciendo corro con él y con Sancho Panza (imaginémonos la escena), y que comienza así de bien:

“Dichosa edad y siglos dichosos aquellos a quien los antiguos pusieron nombre de dorados, y no porque en ellos el oro, que en esta nuestra edad de hierro tanto se estima, se alcanzase en aquella venturosa sin fatiga alguna, sino porque entonces los que en ella vivían ignoraban estas dos palabras de tuyo y mío…”  (I, 11) (pág. 39)

 

Resto del reparto.
Hay que tener en cuenta que entran en escena cerca de cien personajes con nombre propio, entre los que hay que destacar a los antagonistas de don Quijote (los malos de la película), que tratan por todos los medios de hacerle desistir de su idea y hacerle volver a casa.
(…)
Se acercan, igualmente, a cien los personajes de ficción que de una u otra forma hacen acto de presencia en la novela enriqueciendo el relato. También, al bautizarlos, muestra Cervantes su desbordante imaginación.
Por citar solo algunos: El gigante Caraculiambro; Pentapolín del Arremangado Brazo; Alifanfarón, señor de la isla de Trapobana; Brocabruno de la Gran Fuerza; la princesa Micomicona; la sabia Mentironiana, la infanta Antonomasia; o don Quirieleisón de Montalbán y la doncella Placerdemivida, que hasta tiene nombre de hashtag, (estos dos últimos, personajes del Tirant lo Blanc, obra que cita muy elogiosamente don Quijote). (págs.. 45 y 46).

 

Intenciones y contenido
Se trata, en cualquier caso, de una novela pletórica de incidentes y peripecias, escrita por un hombre sabio y ducho en realidades, y no por un libresco ratón de biblioteca. Salta a la vista que el autor es alguien que ha experimentado la vida que describe, que ha recorrido muchos caminos y sufrido multitud de peligros y vicisitudes; que ha dormido en muchas ventas —más que sus personajes— e, incluso, hasta en algunas cárceles. También, obviamente, se trasluce la personalidad de alguien muy leído y viajado, y, por ende, ilustrado, como en efecto era Miguel de Cervantes, quien, no por casualidad, en un momento dado, hace exclamar a don Quijote la conocida frase: “El que lee (sic) mucho y anda mucho vee (sic) mucho y sabe mucho”. (II, 25)  

En el Quijote se habla de las armas y de las letras, de la guerra y de la paz, del poder, de la justicia, de la libertad; de vicios, defectos, pecados y virtudes con nombres y apellidos; del valor, del amor y de los celos, de la mujer, del matrimonio, de los hijos. Y ¡cómo no! —y aquí el autor sigue recurriendo a su experiencia personal—, del fracaso y la derrota. (págs.. 47 y 48)

 

Hace reír y acaba haciéndonos llorar
A lo largo de toda la novela da la impresión de que Cervantes rehúye manifestar o descubrir en sus personajes, de forma declarada, las sensaciones que conmueven y estremecen el corazón.
(…)
Hay, no obstante, un solo momento de verdadera emoción en la novela. Se halla en el último capítulo, que es el que nos narra la muerte del héroe. Pero con ser el único está tan llana y magistralmente escrito, tan maravillosamente sentido, que conmueve profundamente, por mucho que se sepa el desenlace, como decíamos al principio, y por muchas veces que leamos la novela.
(…)
Terminemos con un pasaje relativo a este crucial episodio, tomado del último capítulo del libro:

Entró el escribano con los demás, y después de haber hecho la cabeza del    testamento y ordenado su alma don Quijote, con todas aquellas circunstancias cristianas que se requieren, llegando a las mandas, dijo:

—Iten, es mi voluntad que de ciertos dineros que Sancho Panza, a quien en mi locura hice mi escudero, tiene, que porque ha habido entre él y mí ciertas cuentas, y dares y tomares, quiero que no se le haga cargo dellos ni se le pida cuenta alguna, sino que si sobrare alguno después de haberse pagado de lo que le debo, el restante sea suyo, que será bien poco, y buen provecho le haga; y si, como estando yo loco fui parte para darle el gobierno de la ínsula, pudiera agora, estando cuerdo, darle el de un reino, se le diera, porque la sencillez de su condición y fidelidad de su trato lo merece.

Y, volviéndose a Sancho, le dijo:

—Perdóname, amigo, de la ocasión que te he dado de parecer loco como yo, haciéndote caer en el error en que yo he caído de que hubo y hay caballeros andantes en el mundo.

—¡Ay!—respondió Sancho llorando—. No se muera vuestra merced, señor mío, sino tome mi consejo y viva muchos años, porque la mayor locura que puede hacer un hombre  en esta vida es dejarse morir sin más ni más, sin que nadie le mate ni otras manos le acaben que las de la melancolía… (págs. 50/51/52)

 

Post tenebras spero lucem.
Premonitorio lema del escudo del impresor Juan de la Cuesta, que preside la portada de la edición príncipe, y pronuncia don Quijote, de vuelta a su aldea, ya vencido. “Después de las tinieblas espero la luz”. Y, en efecto, tras su muerte, Miguel de Cervantes, alter ego una vez más de su personaje, ha sido elevado al lugar más preeminente, luminoso y brillante de las letras españolas. Justicia poética, pero justicia al fin.

Sancho, con su malicia y sabiduría popular, hubiera dicho: “muerto el burro, la cebada al rabo”.
(pág. 68/69)


INSULTOS/Introducción
Para estar en disposición de valorar como se merecen la variedad y originalidad de los insultos o vituperios que aparecen en el Quijote, deberíamos probar a escribir sobre un papel todos los calificativos que se nos pudieran ocurrir tras situar en nuestro mental punto de mira,  a alguien por el que sintamos una especial inquina y a quien quisiéramos poner como hoja de perejil; o como no digan dueñas, que queda más quijotesco. Si llevásemos a efecto dicho experimento entre una muestra suficiente de insultadores, estamos por asegurar que las listas obtenidas, concluida la experiencia, iban a resultar más bien pobres en extensión, y las injurias allí recogidas, carentes, por vulgares, del menor atisbo de ingenio u originalidad. Quisiéramos pensar, por no mostrarnos extremadamente negativos, que alguien habría también que incluyera en su particular catálogo algunos de los coloristas y hasta “biensonantes” epítetos con que se enriquece en este particular apartado la lengua española: cantamañanas, pelagatos, zascandil, cascaciruelas, chisgarabís, borrachuzo, tontolaba… Pero, en general, a juzgar por las lindezas que se dedican a diario miles de conductores airados desde las ventanillas de sus automóviles, o los ejércitos de anónimos odiadores que infestan las llamadas redes sociales, los exabruptos que más abundan son mayoritariamente de trazo gordo, tan elementales y poco imaginativos que ni merece la pena que los reproduzcamos, pues están en la mente de todos.

En este peculiar  insultologio cervantino-quijotesco que con muy gozosa meticulosidad he ido confeccionando, y que se muestra a continuación, aparecen también algunas expresiones de esas que suelen llamarse malsonantes, pero solo porque los personajes de la novela hablan precisamente de esta guisa y porque Cide Hamete Benengeli, su describidor, fue “historiador muy curioso y puntual en todas las cosas”, incluso en las más mínimas y ordinarias, según se nos explica en el capítulo dieciséis de la Primera Parte. Por lo demás, la mayoría de los denuestos de esta bien nutrida lista: “gañán, faquín, belitre”, “infacundo, deslenguado, atrevido, murmurador y maldiciente”… tienen su punto de fantasía e invención, y, ¡cómo no!, de la musicalidad marca de la casa.

 

I, 30 Sancho menosprecia a Dulcinea al aconsejar a don Quijote que la deje para casarse con Dorotea, la fingida princesa Micomicona.

Don Quijote, que tales blasfemias oyó decir contra su señora Dulcinea, no lo pudo sufrir, y, alzando el lanzón, sin hablalle palabra a Sancho y sin decirle esta boca es mía, le dio tales dos palos, que dio con él en tierra; y si no fuera porque Dorotea le dio voces que no le diera más, sin duda le quitara allí la vida.

—¿Pensáis —le dijo a cabo de rato—, villano ruín, que ha de haber lugar siempre para ponerme la mano en la horcajadura y que todo ha de ser errar vos y perdonaros yo? Pues no lo penséis, bellaco descomulgado, que sin duda lo estás, pues has puesto lengua en la sin par Dulcinea. Y ¿no sabéis vos, gañán, faquín, belitre, que si no fuese por el valor que ella infunde en mi brazo, que no le tendría yo para matar una pulga? Decid, socarrón de lengua viperina, ¿y quién pensáis que ha ganado este reino y cortado la cabeza a ese gigante y héchoos a vos marqués, que todo esto doy ya por hecho y por cosa pasada en cosa juzgada, si no es el valor de Dulcinea, tomando a mi brazo por instrumento de sus hazañas? Ella pelea en mí y vence en mí, y yo vivo y respiro en ella, y tengo vida y ser. ¡Oh hideputa bellaco, y cómo sois desagradecido, que os veis levantado del polvo de la tierra a ser señor de título y correspondéis a tan buena obra con decir mal de quien os la hizo!
(pág. 76/77)

 

I, 46 Sancho recela de Dorotea/Micomicona porque anda “hocicándose” con don Fernando y se muestra recalcitrante a seguir con la aventura por miedo de que se lleven otros [se sobreentiende, don Fernando] los frutos.

Oh bellaco villano, mal mirado, descompuesto, ignorante, infacundo, deslenguado, atrevido, murmurador y maldiciente! ¿Tales palabras has osado decir en mi presencia y en la destas ínclitas señoras, y tales deshonestidades y atrevimientos osaste poner en tu confusa imaginación? ¡Vete de mi presencia, monstruo de la naturaleza, depositario de mentiras, almario de embustes, silo de bellaquerías, inventor de maldades, publicador de sandeces, enemigo del decoro que se debe a las reales personas! ¡Vete, no parezcas delante de mí, so pena de mi ira!

Y, diciendo esto, enarcó las cejas, hinchó los carrillos, miró a todas partes y dio con el pie derecho una gran patada en el suelo, señales todas de la ira que encerraba en sus entrañas. 
(pág. 78/79)


HUMOR/Introducción
Con el cúmulo de desventuras, malandanzas y peripecias vitales de Miguel de Cervantes, estirándolas un poco por aquí y encogiéndolas otro poco por allá, hubieran podido fácilmente Zola o Baroja crear uno de esos personajes marginales, siempre hambrientos, perseguidos, llenos de mugre y rodeados también siempre de miseria, y, en consecuencia, hoscos, sombríos, y amargados.

La realidad que trasluce el Quijote, sin embargo, es muy otra. A lo largo de todas sus páginas, Cervantes se nos muestra como una persona bienhumorada. Mucho más jovial que saturnino, que diría él mismo, brindándonos la ocasión de sonreír casi en cada capítulo por medio de sus frecuentes y festivas observaciones y apostillas, sus comentarios de fina e inteligente ironía, y una nutrida colección de anécdotas o divertidas historias, que en absoluto dejan traslucir la nada plácida vida de quien tales cosas escribía.

 

I, 43 Lamentos de don Quijote añorando a su amada Dulcinea, mientras hace guardia sobre Rocinante en la venta donde sirve Maritornes, que a renglón seguido le dejará atado de una mano. 

Y tú, sol, que ya debes de estar apriesa ensillando tus caballos, por madrugar y salir a ver a mi señora, así como la veas suplícote que de mi parte la saludes; pero guárdate que al verla y saludarla no le des paz en el rostro, que tendré más celos de ti que tú los tuviste de aquella ligera ingrata que tanto te hizo sudar y correr por los llanos de Tesalia o por las riberas de Peneo, que no me acuerdo bien por dónde corriste entonces celoso y enamorado.
(Pág. 124/5)